Suelo caminar mucho. Me gusta caminar por la ciudad para ver detalles; la ropa que usa la gente, las tiendas y puestos callejeros, la publicidad, escuchar las conversaciones ajenas. Cosas así. Creo que experimentar las calles te conecta con el presente y te permite saber un poco de lo que la gente tiene en su cabeza y cómo se mueve la cultura.
Esa pequeña afición por caminar y observar me ha llevado a apreciar también el arte urbano. Siempre presto atención a las pinturas y graffiti en las calles, pero en especial me gusta ver stickers (calcomanías o pegatinas, como sea que les llamen).
Hace años cruzaba por un paso peatonal bajo un puente; era temporada de lluvias y el agua se encharcaba en ese lugar, eso es un escenario de terror para un sneakerhead con tenis blancos, afortunadamente ese paso peatonal tenía unas jardineras por las que los flaneurs quisquillosos podíamos cruzar con el parkour más patético que ha existido. Al estar sobre la jardinera logre ver que en una trabe del puente había una calcomanía pegada. Era un blooper, uno de los calamares enemigos de Super Mario. Es uno de mis diseños favoritos en cuanto a personajes de videojuegos. En uno de sus tentáculos sostenía una pancarta que decía «-1 is forever».

Me pareció un dibujo genial con una buena referencia nerd, pero lo que más me agradó de encontrar ese sticker es el lugar dónde estaba; la única forma de verlo era caminar por la jardinera y me pareció como un easter egg de la vida real, porque quien la puso allí desde luego pensé en el detalle de ocultarla para que sólo la casualidad y/o la observación exhaustiva pudiesen encontrarlas. Vaya, es un detalle como de quest de videojuego.
Ese sentido lúdico de colocar stickers en las calles de una manera oculta es algo que me cautivó. Por la naturaleza instantánea de pegar una calcomanía ofrece oportunidades que el graffiti y otras formas de arte urbano no ofrecen. Es difícil ver una pinta en el interior de un edificio público, es algo complicado, sin embargo, pegar un sticker clandestinamente es muy posible. Desde luego, es una dimensión técnica distinta a la de otras manifestaciones gráficas urbanas.
El sticker es la conjunción del diseño y el ready-made; la expresión gráfica, la construcción de un mensaje y la labor material se realizan a priori, pero queda la última parte técnica/material del sticker como obra: la colocación. Pegar un sticker cuenta como técnica, puede requerir talentos ninja, además, es la última parte de un fenómeno comunicativo, pues dota de contexto a la obra: el mensaje y valor finales de un sticker son determinado por el lugar donde se pega. De allí emana ese sentido de juego que me cautivó y por el cuál ahora siempre observo con curiosidad en busca de calcomanías; es una lectura llena de complicidad, pues además del juego de busca y encuentra, al ser una obra ready-made, los permiten un trabajo gráfico más detallado que permite crear mensajes más complejos que otras intervenciones. Mientras que el graffiti se trata de una inmediatez que grita, los stickers dicen «pst, hey tú».
Desde luego, las calcomanías se pueden reproducir a gran escala y las puede pegar cualquiera, eso también implica que la divulgación de una obra puede masificarse, que la persona que las pega no necesariamente es el artista y eso hace que cualquiera pueda aportar un sentido distinto a la obra. La culminación y expresión final de la misma guarda una naturaleza de multiplicidad y accesibilidad. Aun si no podemos diseñar un sticker, puedes pegar uno o muchos con los mensajes que te interese difundir. De nuevo, juego y complicidad son parte de una construcción y diseminación de sentido.
Bueno, esta historia y explicación en realidad son sólo un pretexto para compartirles el documental Stick To It, producido por la revista Juxtapoz que en cuatro episodios explica la historia y la naturaleza de las pegatinas como arte urbano.