Desde los 10 años he envidiado la juventud ajena. Nunca quise crecer. Trágico, porque es inevitable. Crecer es frustrante. A los 10 quería tener 5 para tener mucho tiempo libre y ver Transformers y Looney Tunes. A los 13 quería tener 9 para olvidarme de las niñas que me gustaban y enforcarme en lo que realmente importa: Nintendo. A los 15… a los 15 lo pasé increíble, porque los noventa fueron fabulosos y no cambiaría nada en ese tiempo.
A los 30 estaba convencido de que no hay mejor edad que los 21, porque cumplir 30 es horrible; es cuando te percatas de como, a pesar de toda tu vanidad, llevas por lo menos 25 años cagándola en variedad de situaciones.
A los 34 ya entendí el patrón y me gustaría tener 25. Pero sólo me gustaría tener mi cuerpo de 25 años y 55 kilos, capaz de comer, sin consecuencia alguna, toda la comida chatarra que quisiera (siempre he creído que nacemos con un hoyo negro en el estómago que desintegra los Cheetos, pizza y Snickers que le arrojamos y que éste se apaga a los 26). Cuerpo de 25, porque viene con más belleza y bríos, pero me gustaría ser quien soy hoy, de entrada porque soy mucho más listo, con más información, más ropa, más estilo y chingos más de lifesmarts. Todas las cosas buenas de los tiempos jóvenes las atesoro en mi cabeza y las vivo todavía, incluidos el Nintendo (tengo como 12 Nintendos) y el hábito de ver Transformers. No he crecido mucho, solo he mejorado. Soy mucho mejor a pesar de los 34. Hay cosas sobre ser adulto que están de la cola, pero las ventajas son más, el dinero, principalmente. Y los amigos. A los 34 ya tienes a los mejores amigos, los que tendrás hasta los 64 y más allá. Los amigos, la música y la ropa bonita siempre deben ser las prioridades principales. Y las chicas… Las chicas me siguen apendejando brutalmente y no he aprendido nada al respecto, salvo que ellas están igual o peor.
Cada día pienso menos en ser joven y más en mis obsesiones, cada día me apasionan más las cosas y me encanta ser así. A muchos les parecerá que dejar caer una aguja sobre un disco de plástico o sentarse a escribir en un escritorio feo es cero apasionante, pero, hey, son jóvenes, ignorantes, tienen mal gusto y eso me hace muy fácil no envidiarlos. La juventud no es nuestra culpa y, afortunadamente, se cura.